Según Daniel Salomón, el brote de dengue que azotó al país -y que se mantiene latente, listo para reaparecer- fue una “tormenta perfecta” epidemiológica. “Por eso no se puede bajar la guardia”, advierte, preocupado porque hay mensajes, en especial referidos a las estrategias de prevención, que siguen sin ser claros. Conviene escucharlo con atención, porque se trata de uno de los principales referentes en el tema que ofrece el sistema científico nacional.
No fue casual que Salomón haya sido invitado a brindar la conferencia inaugural del XII Congreso Argentino de Entomología, que concluirá mañana en la “manzana del Lillo”. Es una de las figuras más prestigiosas del encuentro, en el que confluyen investigadores de todo el país. Además, mantiene un afecto particular por Tucumán. “Para mí tiene un valor personal muy grande, porque mi primera becaria fue de aquí, y mi segunda becaria -la doctora Gabriela Quintana- dirige el grupo que estoy dejando al retirarme”, reveló. Y no deja de agradecer que la provincia lo haya recibido con lapachos en flor.
La cuestión epidemiológica fue uno de los temas centrales de la entrevista con LA GACETA. El otro, no menos importante, fue la disolución del Instituto de Medicina Tropical (Inmet), decisión presupuestaria del Gobierno nacional que Salomón lamenta y sirvió como disparador para conocer su posición ante el desguace del sistema científico (ver nota aparte). “Nos espera tierra arrasada, pero eso no significa resignación”, subrayó.
Alerta por dengue en primavera- Eligió un tema específico para la conferencia inaugural del Congreso: la ecoepidemiología. ¿Cuál fue el abordaje?
- La ecoepidemiología busca integrar distintas miradas para comprender por qué ocurre un brote epidémico y cómo prevenirlo. Tradicionalmente, la entomología sanitaria se dedicó a estudiar las enfermedades transmitidas por insectos, tanto en humanos como en animales. Pero hace tiempo entendimos que no basta con ver sólo la biología del vector o la epidemiología clásica. Hoy la ecoepidemiología incorpora a las ciencias sociales, la biología molecular, la ecología y la participación comunitaria. Y lo hace no subordinando unas disciplinas a otras, sino respetando la especificidad de cada una. El enriquecimiento surge justamente de escucharse y discutir los resultados en conjunto.
- ¿Por ejemplo?
- Si desde un laboratorio recomendamos a una comunidad que use un impermeable plástico para protegerse de picaduras en un lugar donde hay 50 grados de temperatura, esa medida es impracticable. Escuchar a la comunidad permite construir soluciones sostenibles y realistas.
Dengue: el desafío de prevenir antes de la próxima epidemia- ¿Cuál es la situación hoy con las enfermedades que parecían erradicadas, en particular el dengue?
- El caso del dengue es paradigmático. Hubo un momento en que prácticamente se había expulsado al mosquito transmisor, el Aedes aegypti, de América Latina. Quedaban apenas focos en Venezuela y en Florida (EEUU). Estábamos muy optimistas. Pero no se tuvo en cuenta que había factores sociales y económicos que facilitaron su regreso. Uno de ellos fue el comercio internacional de cubiertas usadas, que transportaban huevos del mosquito desde el sudeste asiático hacia nuestra región. Otro factor fue la resistencia a insecticidas. Y a eso se sumó la reaparición de los cuatro serotipos del virus, con brotes cada vez más intensos. Todo eso generó lo que llamamos una “tormenta perfecta”: una población susceptible tras años sin circulación del virus, un vector adaptado y agresivo, y un sistema de control debilitado. El resultado es que hoy ya nadie se atreve a asegurar que el dengue puede ser erradicado.
- ¿Por qué es tan difícil mantener bajo control a esta enfermedad?
- En salud ocurre lo que llamamos la “paradoja del éxito”. Cuando logramos controlar una enfermedad, los gestores sanitarios tienden a desviar recursos hacia otros problemas, porque los fondos siempre son finitos. Pero esa reducción de la vigilancia hace que no se detecten las primeras señales de reaparición. Y cuando finalmente se percibe el problema, ya es enorme. Nos pasó con la leishmaniasis, con el chagas en algunas provincias y también con el dengue. Lo mismo puede suceder con el paludismo. Por eso es clave mantener una vigilancia constante, aunque el brote parezca resuelto.
Tucumán, entre las provincias con alta favorabilidad para brotes de dengue, según el nuevo Mapa Nacional- ¿Qué rol cumplen las vacunas en este escenario?
- Se están desarrollando vacunas y son una herramienta fundamental. Pero no bastan por sí solas. Hay que trabajar en los períodos interepidémicos, esos momentos en que los brotes aún no estallan, pero los huevos del mosquito ya están presentes. Ahí es donde se pueden cortar las cadenas de transmisión.
- ¿Y en cuanto a la prevención?
- Hay mensajes que todavía no se difunden con claridad. Todos escuchamos que hay que ponerse repelente. Pero lo que casi nunca se dice es que el que debe usar repelente es el enfermo con dengue, porque es el que tiene el virus circulando en la sangre. Si esa persona se protege, corta la transmisión mucho más que 10.000 personas sanas usando repelente.
- ¿Qué otras estrategias pueden resultar más efectivas?
- Hoy se busca intervenir de manera focalizada. Ya no se hacen fumigaciones masivas en toda una ciudad, porque eso es costoso y poco eficiente. Se trata de actuar en los lugares donde históricamente comienzan los brotes. Pero para que funcione hay que escuchar lo que dicen los sociólogos, los antropólogos, los especialistas en manejo de animales domésticos. Pensemos que hoy las mascotas ocupan un lugar central en la vida familiar, incluso reemplazando el núcleo tradicional. Una medida sanitaria que implique desprenderse de una mascota puede generar más daño psicológico y social que beneficio sanitario.
- Mencionaba la importancia de un abordaje interdisciplinario. ¿Cómo se da ese diálogo en la práctica?
- Es un ejercicio de diálogo intercultural. Los investigadores hablamos en probabilidades, pero los políticos necesitan certezas porque deben tomar decisiones concretas. Ahí surge la tensión. Además, en plena epidemia entran en juego colectivos con intereses distintos. Puede haber grupos bien informados que exigen saber exactamente qué serotipo los infectó, cuando la prioridad de la salud pública es contener el brote general. Es un equilibrio delicado. La clave es aprender a hablar el lenguaje del otro. El científico debe entender las urgencias del gestor y viceversa. Sólo así se pueden construir políticas efectivas.
- En este marco, ¿qué enseñanza dejan los rebrotes de chagas y otras enfermedades endémicas?
- La principal enseñanza es que no se puede bajar la guardia. Logramos erradicar la transmisión vectorial del chagas en gran parte del país, pero en algunos lugares volvió a instalarse. Hoy preocupa la transmisión vertical, de madre a hijo, que sigue siendo un problema serio. El éxito en salud nunca es definitivo. Requiere vigilancia, participación comunitaria y continuidad en las políticas públicas. De lo contrario, la historia se repite.
“En 22 segundos se tiraron por la borda 14 años de trabajo”
“Estamos en un estado de letargo, como ocurre en contextos bélicos, donde la prioridad es sobrevivir. Hay un movimiento global de desprestigio hacia la ciencia, la cultura y hasta la solidaridad”, sostiene Daniel Salomón, profundo conocedor del sistema científico nacional desde su extensa trayectoria y su condición de Investigador superior del Conicet.
- ¿Cómo define este momento histórico?
- La Organización Mundial de la Salud declaró la solidaridad como un derecho humano, pero vivimos un proceso de encapsulamiento social que rompe la cohesión colectiva. En la Argentina eso se dio de manera extrema. El ejemplo más claro es la disolución del Instituto de Medicina Tropical en apenas 22 segundos de una conferencia de prensa. Se tiraron por la borda 14 años de trabajo, 10.000 metros cuadrados de infraestructura, equipamiento único en el norte del país, 15 tesis doctorales truncas y 42 proyectos financiados. Todo para ahorrar un presupuesto anual mínimo en comparación con lo invertido.
- ¿Qué consecuencias tiene esa decisión?
- No sólo se desperdicia una inversión millonaria. También se frustra un proyecto federal e inclusivo. Se llevaron equipamiento a Buenos Aires para estudiar enfermedades tropicales, que justamente no ocurren allí. Y se abandonó a una región que necesita respuestas urgentes. Ese tipo de decisiones revela que la salud pública no está siendo pensada desde la equidad ni desde las necesidades reales de la población.
- ¿Cómo afecta esta situación al Conicet, a las universidades y a los hospitales públicos?
- La desfinanciación impacta de manera transversal. El Conicet, las universidades nacionales y hospitales emblemáticos como el Garrahan sufren recortes que ponen en riesgo su funcionamiento. Y si los distintos sectores -ciencia, salud, cultura- se defienden de manera aislada, el ataque logra su objetivo de fragmentar. Necesitamos unidad. La ciencia debe defender la cultura y la cultura debe defender la ciencia. Lo mismo ocurre con la asistencia sanitaria y la investigación. No son compartimentos estancos.
- Uno de los blancos más visibles de la crítica oficial han sido las ciencias sociales. ¿Qué opina al respecto?
- La demonización de las ciencias sociales no es nueva. Históricamente, los regímenes autoritarios las atacaron porque son las primeras en cuestionar al poder. Hoy se usan ejemplos mal interpretados para ridiculizarlas. Pero sin ciencias sociales no hay ecoepidemiología posible. No se puede comprender un brote si no se entiende cómo vive, piensa y decide la comunidad. La entomología sola no basta. La biología molecular sola tampoco. Necesitamos el aporte de todas las disciplinas, discutiendo juntas y en interacción con los movimientos sociales.
- ¿Cómo proyecta el futuro del sistema científico en este contexto?
- Hay que ser realistas: nos espera tierra arrasada. Pero eso no significa resignación. Significa prepararse para construir alternativas operativas, no consignas vacías. La sociedad espera soluciones concretas. Cuando el Estado se retira, no queda un “equilibrio de mercado”: lo ocupan fuerzas más poderosas, como el narcotráfico o la mafia, como ocurrió en otros momentos de la historia. Por eso es urgente diseñar propuestas de salud pública inclusivas, federales y sustentables. Tengo la esperanza de que, aunque hayan destruido el Instituto de Medicina Tropical, hay suficiente semillero en el país para que, en el momento oportuno, vuelva a crecer un proyecto similar. La semilla está. Y la ciencia argentina tiene una tradición que, aunque golpeada, siempre resurge.